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Voy

 Voy, como el que aprendió de los silencios
de la ciénaga en los propios pasos,
buscando los asombros incendiarios
en la palabra apenas pronunciada.

En fuga, y entre espesos batallones
de innumerables yoes malheridos,
partiendo en dos la voz y la fragancia,
lluvia precipitada del olvido.

En aquel árbol, junto a la Araucaria
que cruza el aire, vertical viajera
hacia la luz poblada de la tarde,

y en la propia oquedad que lo divide,
a edificar temblores que sostengan
el polisón herido de los versos,

Voy.


Entre nosotros




Hubo un tiempo de rostros en la espera
en que la luz podía despertarse,
bajo el conjuro herido de la tarde,
con el canto de un pájaro de niebla.
 
Hubo un tiempo en que mayo y la promesa
de los abecedarios fueron Madre
y cuenco de pretéritos lugares,
para inventar silencios en las piedras.

Hubo un tiempo al compás del propio tiempo
que quedó atrapado en un lugar
a la mitad del mar de los sargazos.

Hubo, en fin, de pretérito perfecto,
un final impensado en el umbral
de los inicios, que quedó temblando

entre nosotros.

Reflejados


 
Crece el espino entre las acacias
del parque, y en la esquina indiferente
de la fuente dormida, como un sueño
leñoso para el corazón futuro.

Echó raíces nuevas, de dolores
antiguos como el mundo, para alzar
nidos entre los nudos de su tronco
sin esbozar una sonrisa alada.

Le nacieron columpios de neumáticos,
las tallas del amor, con iniciales 
anónimas y mudas, y un letrero
en las tardes cuadradas de los años
bisiestos con su nombre disecado
por un conjuro antiguo, de espejismos

reflejados.

Mientras




Se arrebata la tarde
mientras siembro tus versos en mis sienes

mientras

mis decapitaciones se suceden circulares
en un patio de muros inmensamente altos

mientras

una tormenta canta en la distancia

y la sangre se cuelga
sobre los pájaros que pasan
con la clarividencia de los versos
que nos circundan.

 

Todo




Todo

Todo se transformó

en poemarios para los insomnios

y tu voz siempre vino como escudo
para mis pesadillas.

Cada vez que me hice pequeñito
- en posición fetal de lágrimas y espanto -
fue tu voz la canción y la cobija
para mis noches de inusitado invierno

y para aquellos mundos
que son inabarcables
y
no son sólo palabras
que suelen ser palabras.

Dentro c'é tutta mia decadenza
la mia resa,
l'uomo in stato grezzo in attessa
del silenzio che possa

chiamare 'nostro'

Te soñé de nuevo



Te soñé de nuevo

Toda envoltura, te soñé de nuevo
grimorio del asombro y de la tarde.
La domesticadora de mis antes
de todos los despueses, sortilegio.

Eras ventana abierta en libre vuelo
por encima del tiempo y los lugares
formados como lágrima que cae
en el sur de mi vida, desde un verso.

Eras lluvia en la vid y toda espera
en el azul tantán de las campanas
amando mis cansancios y erosiones.

Y soñaré de nuevo mientras pueda
hasta hacerte mujer de pulpa y grana
para, al besar tu piel, decir tu nombre.


Gota que cae





Gota que cae

Y cuándo yo, sospiro tratenutto,
gota que existe mientras cae
si queda siempre así
sostenida y temblando,
un estar sin estar, en una forma
que no deforma el sinsentido,

sin caer en silencio y sin objeto.

Y cuándo yo, cansada sombra,
alimentada y llena de la propia sustancia

¿lumínica?

cayendo en el vacío, oscuramente.

Así


Así


me fui juntando pieza sobre pieza
recomponiendo cuadraturas
y tantos yoes mal templados,
inacabados e inexactos
hasta reconstruirme en ti.

No morí de salario

morí por no poder quedarme en mí
o en el otro lado de la lluvia.


Cuando tu nombre andaba por mi boca



Cuando tu nombre andaba por mi boca
la tierra húmeda y la yerbabuena
era el sabor de todas mis mañanas
la ciudad la inventaba en cartulinas
con creyones de cera y desparpajo

el campanario lo poblaba de palomas

por verlas escapar de los tantanes
un poco antes de las seis
a los maizales puse calendarios
para emular a los carteros
y las calandrias emigraban siempre

siempre al sur de los párpados.


Cuando tu nombre andaba por mi boca
los silencios no fueron soledades
y cada niño tuvo
dos pares de esperanzas para poder correr
a la caza de nuevas aventuras
las farolas servían para guardar tus besos
y los campos de mastrantos
para evitar olor de medicinas
en el cajón de mi mesilla
de noche.

Lo sé,
no supe conciliar en mis dos corazones
la tormenta nocturna en Atacama
y el olor a café con leche triste
de cada despertar.

La palabra puede ser trinchera



Sabes que la palabra puede ser trinchera.

Debí ser mucho más que la metáfora
de las libélulas que se embelesan
danzando sobre su reflejo.

El vino tiene verbos y yo sed.

En fin, que voy y vengo en las mareas
para dejar un último después
escrito en una roca a las orillas
de esa ciudad de lluvia que tú sabes.

No sé por qué el vino se espesa en este vaso
y el fuego tiene rostros esta noche
en la que quiero hablar contigo
de nosotros.

Estábamos igual que siempre



Estábamos igual que siempre,
labio a labio sonándonos un vals,
mordiendo los infiernos interiores
ya sin máscaras, libres de seudónimos,
y armados de palabras cotidianas.

Nos arrancamos verso a verso
los ojos y la piel y las ficciones
hasta quedarnos sin nosotros mismos.
Estábamos igual que siempre,
a mitad del milagro del bautismo
de todas las ciudades verticales
hechas de tiza y blancos de papel.

Los silencios crecieron cómplices
entre sus calles largas y salobres
sin más.

Estábamos así, igual que siempre,
y, de repente, me nacieron
todas las culpas como un latigazo
a media espalda,
un abandono miserable
tan lleno de concreto y de madera
infectado de cuentas por pagar
días de calendario y tanto acero.

No me puedes culpar.

Mi ficción era casa
en que habitar verdades absolutas.


Fue mi culpa



En este transcurrir que no transcurre
no sé si voy o huyo de regreso
a tus adioses de mujer de costa
en tu ciudad de lluvias y campanas.

Se me quedaron mudas las promesas
en la fatiga de la indiferencia
y se borraron todos los dilemas
mientras caían una a una
las hojas del otoño,
yo timonel de propias hojarascas.

Fue mi culpa, lo sé.

Sucedáneo de melancolías
propias y ajenas
edifiqué tu rostro en cada muro
en los faroles de las plazas
en las antiguas catedrales
y en cada esquina de un maldito sitio
soñado, de grafito y de asombros.

Lo sé.
Me pudo la palabra que me habita
mas no pido perdón en esta noche
en la que la ciudad está de fiesta

porque incluso en los puertos sucedáneos
los barcos parten y regresan
y cuelgan besos los amantes
bajo de las farolas.

En esta noche




En esta noche nuestra de palpito callado
invento soledades en el vino.

Asgo tu mano y en mi pecho
te descubro poema coincidente
del abrazo a través de las montañas

bajo las sábanas y en este cuarto
que estrecha sucedáneo el húmedo
trasluz de tu ciudad portuaria y gris.

Miro retrospectivamente
mis adioses de versos en la niebla
que se embrean en tus contornos
de sur estatutario. Sin respuestas
a cada ausencia, a cada campanada
enmudecida,
no sé si voy o vengo de regreso.

Y ya no sé si duermo mientras duermes
o vamos juntos a soñar a las auroras
en esta cama amanecida

o simplemente sueño al compás
de los durmientes de los trenes
que alargan el ocaso.

 

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